No sabía más que su nombre y ya se había enamorado. Idiota, se dijo, ¿quién ha dicho que no sea un creído, egocéntrico, simplón, imbécil?...otro rompecorazones más, un destrozasueños perdido,...
No, no podía serlo, lo reflejaba su mirada, su sonrisa tímida, su poco hablar,...su nombre también: Altaïr. Nombre de estrella. Ella aún no lo sabía, pero era eso, una estrella, y en verdad lo parecía. Era un nombre raro, diferente, pero él también lo era. Tenía la piel curtida por el sol, ojos marrones, rasgados y una sonrisa que dejaba entrever unos dientes perfectos, casi de anuncio. Sin embargo, era más que evidente que se había convertido en la sombra de alguien mayor, su padre, limitándose a ayudarle con la mochila, el telescopio o a apuntar algo a lo que él decía sobre aquella planta de allí o aquel hongo de allá. No era que él no supiera, simplemente no se atrevía. La timidez había gobernado su vida y las cosas no iban a cambiar de la noche a la mañana. Ella también lo sabía y supo desde el primer momento que quería alguien así con ella...